domingo, 13 de noviembre de 2011

13 de noviembre de 2011


Fue un viaje con un final de gloria. Viena y Budapest, nuevos amigos, nuevos conocidos y reencuentros. Rodeados de belleza y de mucho, pero que mucho frío, cinco amigos recorrimos tierras cercanas en busca de paz. Pronto llegó, y pronto se tornó en celebración porque, esta vez sí, tenemos visado y tenemos un destino: Miami ha vuelto a estar en mi camino.

Cuando todo estaba perdido, mi piso en el mercado, sin coche, mis compañeros habían encontrado nuevos compañeros, y el futuro se veía oscuro, sin luces siquiera de corto alcance, pasó una estrella fugaz.

Hemos disfrutado, reído mucho y de nuevo, atraído las buenas vibraciones del universo. Una experiencia que se quedará en nuestros corazones como el viaje en que la ruleta de la fortuna nos volvía a llevar hacia arriba.

Querido Pablo, son tantas las vivencias que me gustaría contarte con alegría todos los días. No dejo de pensar en todo el mal que me has hecho y aún hoy, me pregunto por qué sigo esperando algo de ti.

Sólo una cosa me puso triste. Las fiestas, que deberían ser siempre simpáticas, me mostraron como dos relaciones también surgidas durante el máster, relaciones que un día envidié, no son lo que parecen. No tengo nada que decir, salvo que encima tengo que estar agradecida de no ser otra cornuda boba que cree que alguien la quiere de corazón cuando no es así. ¡Qué asco! ¡Cuánto engaño y qué poquito amor existe de verdad!

Estaba yo sumida en este pensamiento cuando, de repente, en un recóndito bar de Budapest, sonó esa canción que tuviste 50 días en tu cabeza. Nuestra canción. Antes de que los ojos se me volvieran vidriosos, pensé: “Vamos Eva, cierra la cajita”.

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